viernes, 19 de octubre de 2018

Pasó, pasa, pasará (8)

Una vez que nos preparamos para salir a la calle, decidí ir andando para desplazarnos al centro y a las tiendas. Aprovechar para dar un paseo y despejar la resaca.

Köle me seguía muy pegado a mí, detrás, casi como una estatua móvil, silencioso, como un crío que observaba todo con curiosidad y timidez.

Él no preguntaba, solo miraba y asentía o atendía a mis indicaciones. Se me hacía muy raro tener algo o alguien que me siguiese a todos lados. Como suele ocurrir con las personas de físico notable, recibíamos miradas de casi todos los y las transeúntes, algo que me incomodaba muchísimo ya que nunca había recibido atenciones, ni había sido una persona objeto de miradas ajenas.

Era yo quien observaba, seleccionaba y mandaba ejecutar.

-Dona. ¿Estás molesta? ¿Te avergüenza mi compañía?- susurró Köle de repente.

Yo ni siquiera sabía que se refería a mí. Hasta que volvió a insistir y me tocó el hombro con suavidad.

Pegué un bote y me detuve en la acera aprovechando la excusa de que el semáforo estaba en rojo para detener la marcha. En ese momento, me dí cuenta de lo nerviosa que me sentía, de lo alterada y ensimismada que estaba.

-No es culpa tuya - me repetí más para mí misma que para él.
-Pero todos me miran - era obvio, llamar la atención no entraba en mis planes.
-Es porque eres atractivo - dije casi como si eso fuese un inconveniente.
-¿Es un inconveniente?

Me percaté de que la gente lo miraba a él, que los comentarios iban con él, que Köle era el motivo real que suscitaba las admiraciones de la gente. Por lo tanto, era mi red de seguridad, mi tapadera, nadie me recordaría. Yo continuaba siendo la anónima. Por lo que no debía haber nada que temer.

-Mi trabajo exige discreción.
-Y yo soy un obstáculo. Puede que haya alguna forma de ocultar mi apariencia para pasar desapercibido como tú - propuso con inocencia Köle, una inocencia que estaba tan fuera de mi alcance, que tomé como un insulto.
-¿Me estás llamando fea?- ahora sí, varios transeúntes que se habían detenido a nuestro lado por estar esperando al semáforo, se volvieron disimuladamente para escuchar la conversación y distraer su atención de los móviles. Yo permanecí mirando al suelo, avergonzada, furiosa y contrariada.

Quizá la resaca me estaba castigando. Hoy no era una mañana tan maravillosa como lo habían sido las demás. No me sentaba bien estar de vacaciones. Sopesé.

-No, Dona, solo admiro tu capacidad para adaptarte y pasar desapercibida.

Sin hablar ni contestar, en cuanto el semáforo cambió a verde me dirigí directamente a cruzar y a ir a la primera tienda de ropa decente que encontré. Luego pensé en que podía haber adquirido todos los productos por tiendas a través de Internet.

Supuso que si no lo había hecho de esa forma era porque en el fondo, debido a la costumbre de salir a trabajar todas las mañanas, mi cuerpo pedía movimiento.

En esos momentos, deseaba, terminar las compras, y regresar a mi hogar.

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