lunes, 8 de octubre de 2018

Pasó, pasa, pasará (5)

Al salir del trabajo, para esa noche decidí que me daría una gran cena, en un caro restaurante para celebrar mi ascenso. " Quien no trabaja no come", al menos, ese era el lema de mi familia.

Una vez en el restaurante de comida francesa, me deleité con su decorada fachada, muy elegante, lujoso, finamente decorado con la moda más actual. A pesar de ir muy sencilla en cuanto a vestuario, Nada más entrar, reconocí a uno de los míos. Al percatarme de que no me reconocía, al decir mi nombre, me puse las gafas, le transfiero un código a las suyas. Sonrió felicitándome en secreto por mi anunciado ascenso.

Enseguida estoba disfrutando de una cena tranquila, en un rincón privilegiado y  casi privado. La casa me invitó a vino del bueno, que me supo a gloria. Todo era perfecto y me sentía en la cima del mundo.

-Por tí mamonazo, gracias por el ascenso - brindé a la salud de mi ex compañero.

Después de un exquisito bisque de camarones, un sublime pato glaseado y un peligrosamente delicioso soufflé de chocolate, decidí irme satisfecha tras pagar la cuenta, hacia mi hogar.

Algo que no comenté es que además de ciertas ventajas y prestaciones extras por tan interesante trabajo, era que también se podían alquilar por una noche a ciertos sujetos-objetos antes de ser vendidos. Por desgracia o suerte, yo nunca estuve interesada en gastarme el sueldo en esas cosas.

Pero al llegar a casa, ahí estaba. Frente a mi puerta, con una pequeña maleta de mano oscura apoyada contra la pared. Firme y quieto.

Era un hombre muy apuesto, delgado, atlético, ojos verdes, moreno y cabello corto, sedoso, alto, facciones muy proporcionadas y simétricas. Un sujeto-objeto que se subastaría por un buen valor en el mercado.

Le reconocí enseguida, ya que todos los sujetos-objetos, llevan una marca tatuada muy característica, con el símbolo de la esclavitud. El símbolo consiste en tres argollas encadenadas entre sí y en el centro se aprecia la inicial del nombre de nuestra empresa. En su caso, lo llevaba tatuado en el cuello.

La vecina de enfrente, salió y me dijo, asustada, que lleva todo el día esperando, que estaba a punto de llamar a la policía. Yo le dije que no se apurase, que ya lo esperaba, que se trataba de un pariente que está de visita. Ella pareció tranquilizarse y mientras veía como abría la puerta y entrabamos dentro, ella se retiraba de nuevo a la seguridad de su casa.

 "Estúpida cotilla entrometida". Pensé para mí.

Supuse que sería un regalo de empresa. Supuse bien, lo que no supuse, es que complicaría mi mundo mucho más de lo que cabría esperar.

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